Iglesia Catolica y la dictadura

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La Iglesia durante el Franquismo

El Franquismo, o también conocido como el Régimen de Franco, denomina el sistema dictatorial de Francisco Franco entre la Guerra Civil entre los años 1936 y 1939 y 1975, el año de la muerte de Franco. En este tiempo el Franquismo tuvo entre otros una gran influencia sobre la Iglesia.

La Iglesia siempre había tenido mucho poder, pero durante la Guerra Civil había perdido una parte de su fuerza. Con el Franquismo la Iglesia ganó nuevamente mucho poder porque Franco se alió con ella. La dominación católica de Franco pidió y recibió legitimación. Con esto la Iglesia confirió a Franco un "derecho divino". Esta relación especial entre la Iglesia y el dictador se denomina como nacional-catolicismo. Así pues, la Iglesia fue una parte importante del apoyo al régimen, lo que ayudó a que recuperara los privilegios que había perdido en la Segunda República (antes de la Guerra Civil).

Aparte de eso, se había permitido que la Iglesia tuviera una amplia influencia en la sociedad, como por ejemplo la influencia sobre la formación y la educación y asimismo la ocupación de importantes cargos políticos. Se puede decir que el Estado y la Iglesia se unificaron, tuvieron muchas conformidades. Por eso se le llama "catolicismo nacional". Incluso en la carta fundamental del año 1958 se promulgó una ley que formulaba la relación estrecha entre Iglesia y Estado. Franco mismo se autocalificó un "infinito hijo fiel de la Iglesia".

Desde el año 1960 cambió la actitud de la Iglesia hacia el Régimen y con el paso de los años se distanció de su tarea de legitimarlo. "Curas rojos" y sacerdotes obreros formaban parte de la Iglesia. Al poder del Estado no le gustó y arrestó a curas sin la aprobación de sus obispos. En consecuencia, también la cabeza de la iglesia se despegó de Franco, hasta que finalmente murió.


EL SISTEMA CATOLICO, SOLO BUSCA TENER AUTORIDAD Y PODER.


Franco bajo palio 

La Iglesia en España, como institución, casi siempre ha tenido un papel destacado a lo largo de nuestra historia.Cuando la eclosión del fascismo en Europa, el estamento eclesiástico seguía teniendo gran influencia y poder en nuestro país. A diferencia del fascismo alemán o italiano, la presencia, preeminencia, protagonismo y connivencia de la iglesia católica con los militares sublevados y después vencedores era algo evidente. Desde que empezó la guerra, la jerarquía eclesiástica española apoyó sin reticencias a Franco, y el propio Papa Pío XII llegó a bendecir al régimen franquista por "haber salvado España del comunismo."La guerra civil española se convirtió así en una "cruzada" contra el comunismo "ateo y masón".Y en el panorama de posguerra vino a mostrarse el papel rector o tutorial de la iglesia sobre la sociedad española durante el franquismo.En 1953 se firmó el Concordato con la Santa Sede, estableciéndose la religión católica como oficial, poniendo en nómina a los religiosos y dotando a la Iglesia de una amplia exención de impuestos.Nació así el "Nacionalcatolicismo", la connivencia total de la iglesia católica con el franquismo, la simbiosis entre religión y política, el monopolio del control de las conciencias, el integrismo religioso absoluto... Así la jerarquía eclesiástica se convirtió en principal benefactora del régimen y en cómplice de un sistema que contaba en su haber con crímenes de lesa humanidad.El poder de la Iglesia pasó a ser enorme:

  • Control de la censura.
  • Control de la educación.
  • Religión obligatoria en las escuelas. Rezos diarios y catecismo para todos.
  • Monumentos a los caídos -sólo a los que lo hicieron "por Dios y por España"- en espacios públicos y en muchas iglesias.
  • Estado confesional.
  • Matrimonio exclusivamente religioso.
  • Inexistencia de divorcios. Sólo anulación matrimonial para aquéllos que pudieran pagarla.
  • Presencia de la Iglesia en organismos oficiales.
  • Importante papel del Opus Dei (ministros de Franco en los 60).

Hay que decir en honor de otros miembros de la Iglesia que hubo voces críticas que se opusieron a tal estado de cosas. Ya desde la sublevación militar hubo sacerdotes que se opusieron al bando de Franco y algunos fueron ejecutados. Esos no figuran en las listas de los mártires de la guerra.Desde el Concilio Vaticano II hubo religiosos que se distanciaron ideológicamente del franquismo. Obispos como Tarancón o Añoveros y muchos sacerdotes, "curas obreros" incluidos, que acabarán ingresando algunos en una cárcel especial para ellos.En la actualidad, uno de los retos más importantes que debe afrontar nuestro país es el anacronismo de una iglesia todavía franquista en una España democrática. Hay un revisionismo histórico por parte de la Conferencia Episcopal y otros sectores políticos y mediáticos afines que pretende justificar todos los disparates perpetrados por la Iglesia española a lo largo de la historia, convirtiendo a España en un solar exclusivo del nacional- catolicismo.Acostumbrados a una tradición histórica de prebendas y privilegios, los sectores católicos más radicales no van a aceptar de ningún modo un sistema que ponga en entredicho tantos siglos de poder y control sobre las conciencias ajenas. Tampoco van a aceptar una merma en sus retribuciones a cargo del bolsillo de todos los españoles vía impuestos. Por ello no han dudado en acudir a todo tipo de maniobras y métodos de presión social, incluyendo manifestaciones multitudinarias -¡quién te ha visto y quién te ve!- con tal de mantener su preeminencia en nuestra sociedad. A muchos españoles les hubiera gustado esa misma implicación y ese mismo fervor en asuntos sociales y humanitarios.

LA IGLESIA CATOLICA, SIEMPRE ENTRE CRIMENES Y PRACTICANDO CRIMENES.


La Iglesia y la represión franquista

La tragedia de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco se ha convertido en las últimas semanas en el eje de un debate social, político y judicial. Con ese recuerdo, ha revivido de nuevo ante nosotros el pasado más oculto y reprimido. Algunos se enteran ahora con estupor de acontecimientos que los historiadores ya habían documentado. Otros, casi siempre los que menos saben o a los que más incomodidad les produce esos relatos, dicen estar cansados de tanta historia y memoria de guerra y dictadura. Es un pasado que vuelve con diferentes significados, lo actualizan los herederos de las víctimas y de sus verdugos. Y como opinar es libre y la ignorancia no ocupa lugar, muchos han acudido a las deformaciones para hacer frente a la barbarie que se despliega ante sus ojos. 

En realidad, por mucho que se quiera culpabilizar a la República o repartir crueldades de la Guerra Civil, el conflicto entre las diferentes memorias, representaciones y olvidos no viene de ahí, de los violentos años treinta, un mito explicativo que puede desmontarse, sino de la trivialización que se hace de la dictadura de Franco, uno de los regímenes más criminales y a la vez más bendecidos que ha conocido la historia del siglo XX.

Lo que hizo la Iglesia católica en ese pasado y lo que dice sobre él en el presente refleja perfectamente esa tensión entre la historia y el falseamiento de los hechos. "La sangre de los mártires es el mejor antídoto contra la anemia de la fe", declaró hace apenas un mes Juan Antonio Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, en el fragor del debate sobre las diligencias abiertas por el juez Garzón acerca de la represión franquista. "A veces es necesario saber olvidar", afirma ahora Antonio María Rouco. Es decir, a la Iglesia católica le gusta recordar lo mucho que perdió y sufrió durante la República y la Guerra Civil, pero si se trata de informar e investigar sobre los otros muertos, sobre la otra violencia, aquella que el clero no dudó en bendecir y legitimar, entonces se están abriendo "viejas heridas" y ya se sabe quiénes son los responsables.

Franco y la Iglesia ganaron juntos la guerra y juntos gestionaron la paz, una paz a su gusto, con las fuerzas represivas del Estado dando fuerte a los cautivos y desarmados rojos, mientras los obispos y clérigos supervisaban los valores morales y educaban a las masas en los principios del dogma católico. Hubo en esos largos años tragedia y comedia. La tragedia de decenas de miles de españoles fusilados, presos, humillados. Y la comedia del clero paseando a Franco bajo palio y dejando para la posteridad un rosario interminable de loas y adhesiones incondicionales a su dictadura.

Lo que hemos documentado varios historiadores en los últimos años va más allá del análisis del intercambio de favores y beneficios entre la Iglesia y la dictadura de Franco y prueba la implicación de la Iglesia católica -jerarquía, clero y católicos de a pie- en la violencia de los vencedores sobre los vencidos. Ahí estuvieron siempre en primera línea, en los años más duros y sangrientos, hasta que las cosas comenzaron a cambiar en la década de los sesenta, para proporcionar el cuerpo doctrinal y legitimador a la masacre, para ayudar a la gente a llevar mejor las penas, para controlar la educación, para perpetuar la miseria de todos esos pobres rojos y ateos que se habían atrevido a desafiar el orden social y abandonar la religión.

La maquinaria legal represiva franquista, activada con la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939 y la Causa General de abril de 1940, convirtió a los curas en investigadores del pasado ideológico y político de los ciudadanos, en colaboradores del aparato judicial. Con sus informes, aprobaron el exterminio legal organizado por los vencedores en la posguerra y se involucraron hasta la médula en la red de sentimientos de venganza, envidias, odios y enemistades que envolvían la vida cotidiana de la sociedad española.

La Iglesia no quiso saber nada de las palizas, tortura y muerte en las cárceles franquistas. Los capellanes de prisiones, un cuerpo que había sido disuelto por la República y reestablecido por Franco, impusieron la moral católica, obediencia y sumisión a los condenados a muerte o a largos años de reclusión. Fueron poderosos dentro y fuera de las cárceles. El poder que les daba la ley, la sotana y la capacidad de decidir, con criterios religiosos, quiénes debían purgar sus pecados y vivir de rodillas.

Todas esas historias, las de los asesinados y desaparecidos, las de las mujeres presas, las de sus niños arrebatados antes de ser fusiladas, robados o ingresados bajo tutela en centros de asistencia y escuelas religiosas, reaparecen ahora con los autos del juez Garzón, después de haber sido descubiertas e investigadas desde hace años por historiadores y periodistas. Quienes las sufrieron merecen una reparación y la sociedad democrática española debe enfrentarse a ese pasado, como han hecho en otros países. La Iglesia podría ponerse al frente de esa exigencia de reparación y de justicia retributiva. Si no, las voces del pasado siempre le recordarán su papel de verdugo. Aunque ella sólo quiera recordar a sus mártires.

EL SISTEMA CATOLICO SIEMPRE HA ESTADO OCULTANDO SUS CRIMENES.

https://unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/nuestra-memoria/la-iglesia-catolica-y-el-franquismo 


Las dos caras de la iglesia católica ante Hitler

Mientras los jerarcas del Vaticano guardaron un silencio cómplice ante el Holocausto, cientos de sacerdotes y monjas arriesgaron sus vidas para salvar las de miles de judíos

Papa Pío XII 

En esta vida son demasiadas las ocasiones en las que las bases se ven obligadas a cubrir las carencias de las élites. Durante la Segunda Guerra Mundial esta tendencia tuvo como protagonista a la iglesia católica. Mientras su jerarquía se alineó en gran medida con el régimen nazi, sacerdotes, frailes y monjas se jugaron sus vidas para ayudar a los judíos en su huida de la represión del Tercer Reich o colaboraron abiertamente con la resistencia.

Dos ejemplos pueden ser esclarecedores de la teoría mantenida en el párrafo anterior. Por una parte nos encontramos con el papel del Papa Pío XII y, por otro, con la labor realizada por una red de asilo clandestina que desde la ciudad de Asís, cuna de San Francisco, salvó la vida a centenares de refugiados hebreos que trataban de evitar la muerte segura que constituía el traslado a los campos de concentración.

La postura del Vaticano frente al genocidio de millones de judíos, homosexuales, discapacitados, deficientes o gitanos se caracterizó por su escasa contundencia, por una medida ambigüedad y una cohabitación cómplice con la solución final diseñada por Adolf Hitler. En definitiva, por un vergonzoso silencio.

La figura de Pío XII, el Papa que dirigió la iglesia católica durante la mayor contienda bélica de la historia de la humanidad, fue siempre, cuanto menos, cuestionable. Sin embargo, el poder del cristianismo impidió durante años una revisión crítica de su mandato, sobre todo en España, donde el franquismo se desarrolló bajo palio. Pese a ello, últimamente son cada vez más los historiadores críticos con el Pontífice que portó el báculo desde 1939 hasta 1958.

El Papa número 260, cuyo nombre real era Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, ya se había declarado abiertamente antisemita antes de que el führer emprendiera su delirio criminal, según documentos desvelados recientemente. Este sentimiento de antipatía pudo haber nacido en 1917, según creen algunos investigadores, durante su estancia en Múnich como nuncio apostólico de Baviera. Entonces recorrió todo Alemania y fue testigo de una revuelta bolchevique que, según los escritos que remitió a Roma, atribuyó al pueblo hebreo.

Concordato con el Tercer Reich

Algunos años más tarde, ya en 1933, firmó un concordato con Adolf Hitler, recién llegado al poder. El acuerdo convirtió a los judíos en grandes damnificados, después de que el catolicismo oficial diera una bendición pública al nacionalsocialismo, incluida la posición antisemita.

Nunca hubo una queja del nuncio, ni incluso intercedió por los hebreos convertidos al culto de San Pedro. Para él, era una cuestión de política interna de los germanos. De hecho, las protestas de algunos cardenales y obispos teutones fueron acalladas y Pacelli aceptó también la prohibición a los religiosos católicos de toda actividad distinta de la pastoral.

El entonces Papa, el anciano Pío XI, tampoco hizo nada para evitar el genocidio que se avecinaba. Sólo en 1938, cuando ya agonizaba, encargó la redacción de una encíclica dedicada al antisemitismo. El texto nunca llegó a publicarse, frenado, según se sospecha, por Pacelli, que poco más tarde fue elegido nuevo soberano de la Ciudad del Vaticano.

De cualquier manera, el documento era poco crítico con los nazis y aseguraba que los hebreos eran los responsables de su destino. «Ellos desoyeron a Dios y mataron a Cristo». Además, la ceguera de su fiebre material merecía «la ruina material y espiritual», rezaba la encíclica abortada, según las teorías del historiador Martin Gilbert plasmadas en su obra 'El Papa de Hitler'.

Al parecer, ya a finales de 1941 Pío XII era conocedor de las deportaciones de judíos a los campos de concentración. Unos meses más tarde fue informado de los planes de exterminación y a finales de ese año británicos, franceses y estadounidenses asimismo le alertaron sobre los planes de la solución final. Además, representantes de organizaciones hebreas reunidas en Suiza le hicieron llegar un memorándum informándole. Incluso el presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt, pidió una declaración de condena. Pacelli siempre se negó.

Sólo cuando los nazis comenzaron a perder la guerra, tras el fracaso de la invasión de la Unión Soviética, cambió su postura y, tímidamente, el Pontífice se acordó de «aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual». Fue su denuncia más firme hasta que, tras la liberación de Roma y con grandes dosis de hipocresía, condenó el «fanatismo antisemita» a modo de exculpación.

Huir del Holocausto

En el lado opuesto a la desidia cínica de Pío XII nos topamos con los escalafones más bajos de la iglesia católica, que hicieron todo lo posible para preservar a los judíos que intentaban eludir el Holocausto. Fueron muchos los casos de religiosos que jugaron un papel primordial a la hora de salvar la vida de hebreos. Como ejemplo de su entrega, basta con relatar la historia de la conocida como red de Asís, que durante la ocupación nazi de Italia se valió de los edificios religiosos de la ciudad que vio nacer a San Francisco para ocultar a los judíos en su camino hacia un país seguro al que no hubieran llegado las tropas de la Wehrmacht.

Bajo la dirección del padre franciscano Rufino Niccacci, y por encargo del obispo monseñor Giuseppe Plácido Nicolini, se habilitaron más de veintiséis hogares de acogida en monasterios y conventos, se diseñaron rutas de evasión, se crearon organizaciones para falsificar documentos y dotar de falsas identidades a los perseguidos, se trasladó a los clandestinos y se rescataron a niños sólo con el amparo de su extraordinario coraje y sus valores humanos.

El comportamiento ejemplar de los franciscanos y de las monjas clarisas de Asís, que incluso acogieron a judíos en sus clausuras, permitió que varios centenares de perseguidos pudieran escapar del yugo alemán. Para ello fue también fundamental el esfuerzo heroico y valeroso de los habitantes de la ciudad italiana, que en ningún momento dudaron en posicionarse a favor de los refugiados.

El dinámico y mundano padre Rufino, guardián de San Damián, y su compañero de orden Aldo Brunacci, secretario de la diócesis, consiguieron que, ante la inminente llegada a la ciudad de las tropas nazis en su retirada tras la caída de Benito Mussolini y el empuje de los aliados, familias enteras de hebreos italianos, cuya muerte hubiera sido segura en manos germanas, pudieran ocultarse y pasar desapercibidas.

El fraternal entente logrado entre católicos y judíos en la red Asís alcanzó tal simbiosis y tolerancia que las órdenes cristianas no sólo respetaron las creencias hebreas, sino que incluso llegaron a facilitar a los judíos medios para que practicaran su culto en aquellas circunstancias extremas. Incluso, tras el ayuno, celebraban el Yom Kippur con comida preparada por las monjas. Todo un ejemplo de valores interconfesionales.

Esta historia, recogida fielmente por la novela 'Los clandestinos de Asís', de Alexander Ramati, y en la película homónima de 1985 dirigida por el propio escritor polaco, tuvo también como protagonista al coronel Müller que, en su condición de ferviente católico, estuvo siempre interesado en las cuestiones franciscanas y sufrió mucho por las circunstancias que rodearon aquellos hechos. Su sentimiento cristiano no sólo frenó las ansias de venganza de su lugarteniente, el cruel capitán Von Velden, sino que incluso impidió que a su marcha los teutones destruyeran los principales edificios históricos de Asís. «Coronel, ¿es usted alemán o católico?», pregunta a Müller su colaborador en un pasaje de la película. «Ambas cosas», responde el coronel. Es un ejemplo claro de la encrucijada en la que se encontraba el nazi. Tenía que elegir entre su obligación como militar y su fe.

La colaboración Müller-Niccacci posibilitó que la ayuda prestada por la iglesia y la población de Asís pudiera plasmarse en la salvación de numerosas vidas en septiembre de 1943. Aquel esfuerzo heroico y bondadoso minimizó el exterminio judío en la península itálica.

Tras la guerra, el padre Rufino estableció un asentamiento en el que convivían cristianos y judíos que huyeron de Montenegro por la opresión nazi, en primer término, y la soviética, a continuación. Falleció en 1977 tras ocupar durante sus últimos años la parroquia de Deruta. En 1974 había sido nombrado 'Justo entre las Naciones', distinción que concede el Museo Memorial del Holocausto Yad Vashern de Israel. Por su parte, el coronel Müller regresó a Asís años más tarde, en compañía de su familia. Siempre se manifestó enamorado de la ciudad.

Gino Bartali

En la actividad de la red Asis aparece tangencialmente otro personaje que cumplió un papel decisivo en la lucha de los italianos contra los nazis. Hablamos de Gino Bartali, campeón del ciclismo que ya antes de la guerra se había impuesto en el Tour -volvió a ganarlo también más tarde-. Católico fervoroso, colaboró de forma activa en el tráfico de documentación falsa que permitió que muchos judíos eludieran una muerte segura, llegando incluso a ocultar a evadidos en su apartamento de Florencia.

Durante sus largos entrenamientos, Bartali transportaba los papeles escondidos en el interior de las barras de su bicicleta. La leyenda transalpina también se encargaba de llevar mensajes de la resistencia. Aunque en alguna ocasión fue interceptado, siempre consiguió que su montura no fuera desmontada. Argumentaba que las diferentes partes habían sido cuidadosamente equilibradas para conseguir la máxima velocidad. A riesgo de su propia vida, su labor permitió que fueran muchos los hebreos que alcanzaran la zona aliada. También fue nombrado 'Hombre Justo entre las Naciones'.

Además de en 'Los clandestinos de Asis', el cine ha narrado en otras producciones el papel de la iglesia católica a la hora de ayudar a los judíos que huían del holocausto. Otro buen filme que desarrolla el tema es 'La guerra secreta de sor Catherina', en la que se cuenta cómo una congregación de monjas ocultaba a numerosos judíos en su convento aprovechando el respeto de las fuerzas alemanas hacia sus votos.


PARA QUE LOS FELIGRESES SIGAN CONFIANDO EN EL PAPADO. Y EL VATICANO.

EL PAPADO ES UN NOMBRAMIENTO DEL DIABLO. LOS PAPAS NO SON NOMBRADOS POR JESUS. ELLOS SOLO LES INTERESAN EL PODER Y EL GOBERNAR EL MUNDO POR MEDIO DE LA RELIGION, MENTIENDO MIEDO. 



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